La actividad física planificada puede beneficiar a quien la practica también en su salud mental, entendiéndola como un estado de ánimo positivo, bienestar general y síntomas poco frecuentes de ansiedad y depresión. Veamos algunos de estos beneficios:
- Aumenta los niveles de neurotrofinas (sustancias que necesita el cerebro para mantenerse sano, que lo hace disponer de neuronas efectivas y activas). Esto ayuda a prevenir, entre otras enfermedades, la depresión.
- Favorece la autoconfianza.
- Libera las tensiones.
- Incrementa los niveles de energía y la resistencia mental.
- Mejora: la estabilidad emocional; el funcionamiento intelectual; el rendimiento académico, laboral y sexual.
- Disminuyen los niveles de ansiedad y estrés. Como consecuencia, el sueño se verá beneficiado: el descanso podrá ser reparador.
- Mejora la imagen corporal.
- Se fomentan las relaciones sociales, la interacción con otros.
- Colabora en la disminución de las conductas adictivas, algunas cefaleas y el aislamiento social.
Para finalizar, tengamos en cuenta que cuando la actividad física se vuelve un hábito, estas mejorías tienden a mantenerse en el tiempo, beneficiando así la calidad de vida.
¿Te parecen pocos motivos para empezar a moverte?
¡Adelante!
La obesidad es uno de los problemas más frecuentes de la Salud Pública. La Organización Mundial de la Salud la ha definido como “LA EPIDEMIA DEL SIGLO XXI”. Y concluye que:
- Es una enfermedad crónica mundial de alto costo que disminuye las expectativas y calidad de vida de la población de todas las edades.
- Afecta al individuo repercutiendo sobre la familia, la comunidad y la sociedad en su conjunto.
- Los mayores desencadenantes de la obesidad son la alimentación inadecuada y la disminución de la actividad física.
- Al padecimiento físico y psicológico individual se le suman las cargas económicas y sociales por menor rendimiento laboral.
Es muy importante reconocer a la obesidad como una enfermedad e implementar programas de detección, educación, prevención y tratamiento.
Por su complejidad, debe ser abordada por equipos interdisciplinarios de profesionales (médico, nutricionista, psicólogo, profesor de educación física).
Tengamos en cuenta que la transmisión de hábitos alimentarios (buenos o malos) comienza en el ámbito familiar.