En
primer lugar, la flexibilidad articular es una cualidad
involutiva. Es decir, nacemos con el
máximo grado y a medida que transcurren los años vamos perdiendo capacidad en
mayor o menor medida según una serie de condicionantes: sexo, actividad
deportiva, actividad cotidiana, accidentes, lesiones, etc. La determinación del
grado de movilidad para cada articulación no puede generalizarse y debe partir
de un cuidadoso estudio individualizado llevado a cabo por un profesional con
el debido criterio. Una movilidad articular
excesiva va en detrimento de la estabilidad y sostén deseables y puede
predisponer a lesiones articulares.
La ausencia de una movilidad óptima y un acortamiento muscular indeseable en ciertos músculos acarrea serios perjuicios, entre los cuales son más frecuentes:
- la desviación de la postura
- la escasa adaptabilidad de los músculos ante movimientos explosivos
- la mala coordinación
- un gasto calórico añadido, consecuencia del esfuerzo que deben realizar los músculos agonistas para vencer la resistencia pasiva de los antagonistas acortados o roturas fibrilares cuando el músculo es exigido en un estiramiento brusco o forzado.
En cambio, un músculo elástico permite una
mayor fluidez en los movimientos. Esto es esencial en aquellos deportes que
exigen un alto grado de coordinación. Además, permite asumir, con menor
impacto, los cambios rápidos de tensión. Una mayor
capacidad elástica del músculo permite un preestiramiento más eficaz durante
los movimientos explosivos y por otra parte, previene de cierto tipo de lesiones.
El deportista
que goza de un buen rango de recorrido articular puede enfrentarse con mayor
eficacia a situaciones en las cuales sus articulaciones son exigidas hasta
límites de alto riesgo, como sería el caso de la gimnasia artística o los
lanzadores en atletismo. También en los deportes de contacto donde se producen
situaciones de choque y caídas, una articulación flexible absorbe mejor el
impacto evitando posibles lesiones o aminorando sus efectos si ésta llega a
producirse.
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